La
dramática historia de México
La historia de México parece mostrar que la Divina Providencia tiene respecto a
esa noble nación hispana un grandioso designio. Los indicios de esta
predestinación empiezan cuando Dios eligió a aquél que habría de ser su
conquistador. Hernán Cortés era un hombre de temple extraordinario, grande
entre aquellos grandes que fueron los conquistadores españoles; y su grandeza
quedó simbolizada en aquel gesto imperecedero
de mandar quemar las naves cuando sus hombres, asustados por su inferioridad numérica
frente al inmenso imperio azteca que debían dominar, querían volver atrás.
Después
la Santísima Virgen María, bajo su advocación de Guadalupe, se apareció a un
hijo de la Tierra, que representaba la feliz unión de almas que la gracia de la
verdadera fe había sellado entre europeos e indígenas. Su Imagen sagrada se
estampó milagrosamente en la túnica del indio, y hasta hoy se venera en la
Catedral mexicana. La figura del indio transportado de veneración ha sido
descubierta recientemente, reflejada en los ojos de la imagen de la Celestial Señora.
Más
tarde, un movimiento católico poderoso, enfrenta los designios de las sectas
liberales. En su deseo de hacerse fuerte y de mostrar su repudio a la Revolución
Francesa cuyos principios querían imponerle bandas armadas pro sus poderosos
vecinos norteamericanos, recurre a la Casa de Austria. Maximiliano es coronado
Emperador de México, para morir mártir del principio de jerarquía poco después.
Este
martirio es el comienzo de una larga serie de martirios. El propio territorio es
injusto y violentamente desmembrados por los Estados Unidos. Texas, Arizona,
California y Colorados, son ocupados por la nación sajona y perdidos para México.
Luego
vino una serie de revoluciones que forman parte del drama de México. Este fue
el primer país en sufrir una Constitución socialista aún antes que la
Revolución rusa llevara al poder a los bolcheviques. Bandas armadas recorrían
los campos imponiendo el igualitarismo y la Reforma Agraria. Esa predilección
en el sufrimiento es también señal de un alto designio. Por medio de las
desgracias, las naciones se purifican.
La
Gran Cruzada Cristera
Llegamos
así a la gran Guerra Cristera de 1926-1929. En la casi totalidad del territorio
mexicano se levantaron en armas, hombres, jóvenes y hasta niños, de todas las
clases sociales al grito de “¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!
¡Viva México Católico!”. Las mujeres se organizaron en las “Brigadas
Santa Juana de Arco” para prestar un auxilio indispensable a los combatientes:
provisiones de guerra y de boca, transportes, mensajes, informaciones, etc.
Durante tres años, desde julio de 1926 hasta junio de 1929, los llanos y las
sierras mexicanas fueron testigos de un heroísmo, de una perseverancia, de un
espíritu de sacrificio que puede ser comparado a las mayores gestas cristianas.
Hombres
rudos, de piel cetrina, quemados por el sol, con sus enormes sombreros aludos
requintados por delante y por detrás, con
sus pistolas al cinto, la carabina y las ristras de balas en bandolera acudían
de todas partes a los puntos de encuentro. Allí se unían a propietarios de
hacienda, a profesionales, jóvenes, estudiantes, empleados y obreros, llegados
de la ciudad; y juntos empezaron la gran guerra por Cristo, María Santísima
y la Santa Iglesia Católica.
La
causa de la guerra había sido la persecución contra la religión iniciada por
Calles presidente masón de México, que contaba con el apoyo de los Estados
Unidos. Los obispos mexicanos contribuyeron a crear el caso de conciencia
decretando la interrupción del culto en todas las iglesias del país, en julio
de 1926. Pocas semanas después la Liga Nacional de Defensa de la Libertad
Religiosa (LNDLR) consultaba sobre la licitud de la acción armada al Comité
Episcopal presidio por el Arzobispo de México, Mons. José María del Río, y
cuyo secretario era Mons. Pascual Díaz Barreto, Obispo de Tabasco, residente en
la Capita de México. El Comité Episcopal respondió afirmativamente a la
pregunta de sí estaba dispuesto a “formar la conciencia colectiva, por
los medios que estén al alcance del Episcopado y en el sentido de que se trata
de una acción lícita, laudable, meritoria y de legítima defensa armada”...
(Jean Mayer, “La Cristiada”, Siglo Veintiuno S.A., 1973, tomo I, pág. 15).
En cambio, se negaba a proveer vicarios castrenses para las guerras católicas y
también a solicitar a los ricos católicos contribuciones financieras al
movimiento armado.
A
partir del momento en que se hizo efectiva la interrupción de los cultos, la
desolación del pueblo católico de México fue enorme. Los jóvenes se
agruparon en la Asociación Católica de Jóvenes Mexicanos (ACJM- también
conocidos como acejotaemeros), de heroica actuación en la guerra religiosa. Las
poblaciones rurales y de las pequeñas ciudades del interior, especialmente en
los estados de Jalisco, Colima, Guanajuato, Nayarit, Michoacán, Guerrero,
Zacateas, Durango, Cohuila y Aguascalientes, se levantaban espontáneamente
cuando los delegados del gobierno pretendían apoderarse de los templos en
nombre de la Constitución laicista de 1917: serias luchas se produjeron
entonces.
Algunos jefes surgieron, Luis Navarro Origel, uno del os más puros exponentes
de esa pléyade de héroes; el Padre Aristeo Pedroza, sacerdote y general de
guerrillas; el General Gorostieta, un liberal escéptico, convertido al contacto
con las tropas cristeras; Anacleto González Flores, líder de la Unión
Popular, poderoso partido católico fundado por él en el Estado de Jalisco,
Luis Segura Vilches, organizador de las primeras acciones armadas en la ciudad
de México, Pedro Quintanar, líder natural de la zona de Huejquilla que dio
gran trabajo a las tropas de Calles y tantos otros.
Había
también antiguos generales de las varias facciones que habían luchado en México
desde principios de siglo, y hasta simple aventureros. Pero a todos los movía,
en mayor o menor medida, la fe católica y la indignación por la persecución
religiosa. Al temible Toribio Valdés, alias “el 14”, el Gral. Ubaldo Garza,
tal vez por suponer que este jefe cristero no estaba movido por un puro ideal,
le ofreció 10.000 pesos mexicanos para rendir las armas. El soldado cristero
respondió: “que a mi no me dan nada, que nomás arreglen eso de los
padrecitos y de las iglesias y yo me estoy en paz, pero mientras no arreglen,
que no piensen que con dinero me van a comprar”. (Séller, os. Cid.
Pág.
177.
Dos
Méxicos se enfrentan
Al
principio, los combates eran fugaces. Los católicos –a los que el gobierno
liberal llamaba “cristeros”- carecían de armas y de experiencia guerrera.
Los prisioneros que caían en manos de las tropas federales eran fusilados. Las
víctimas morían con el nombre de Jesús y de María en la boca y en el corazón.
Poco
a poco las partidas de “cristeros” fueron armándose con las propias armas
que arrebataban a los “federales” en combate. Había victorias que eran clarísimos
milagros, por la desproporción numérica.
En
el combate de Cerro Verde, por ejemplo, los cristeros al mando de Luis Navarro
Origel, causaron 200 muertos a los federales perdiendo ellos un solo hombre: Jesús
blanco (Conf. “Historia de México Cristero”, de Antonio Rius Facius, pág.
307)
Ocuparon
pequeños pueblos, regiones enteras y ciudades de cierta importancia. El ejército
federal, reclutando hasta criminales comunes,
dirigido por generales la mayoría de los cuales eran venales y crueles, se
encontraban impotente para dominar una resistencia que se extendía como una
mancha de aceite por todo el territorio mejicano.
Ambos
ejércitos eran un símbolo del México al cual pertenecían. Los
“cristeros”
combatían sacrificándolo todo por la verdadera religión, eran
valientes y miraban la muerte como un premio para sus esfuerzos, después de la
cual esperaba el cielo. Los “federales” eran un ejército de cuyos soldados
en gran número se dedicaban al alcohol y a la marihuana, prostitutas llamadas
“soldaderas” acompañaban constantemente
a las tropas; cobardes y ladrones, los “federales” combatían a
prudente distancia, rehuían el encuentro, saqueaban a las poblaciones civiles
indefensas, fusilaban o torturaban a los prisioneros y, cuando podían,
desertaban. Muchos oficiales y soldados comprendían que quella era una guerra
religiosa y estaban movidos por un profundo odio a Dios y adhesión al demonio.
“El Gral. Eulogio Ortiz mandó fusilar a un soldado
en el cuello del cual vio un escapulario: algunos oficiales llevaban sus
tropas al combate al grito de ‘Viva Satán’, y el Cnel. ‘Mano Negra’,
verdugo de
Cocula, murió exclamando ‘¡Viva
el diablo’” (Meyer,
op. cit. Pág. 146).
El
Clero dividido: una parte se oponía a los cristeros
En
esta Cruzada por el catolicismo, la historia registra un hecho sorprendente: la
relativa ausencia del clero. Peor aún: la decidida oposición de muchos obispos
y sacerdotes.
Mons.
Pascual Díaz declaraba, a poco de comenzar la guerra cristera: “La
Iglesia no acepta que la Religión se convierta en bandera política y todavía
menos aprobará un levantamiento en armas, que sería perjudicial para el pueblo
y para el país” (Meyer, op. cit. Pág. 14).
L’Osservatore
Romano, del 8 de junio de 1928 desmentía que el Papa Pío XI hubiese impartido
una bendición a la insurrección armada o que hubiese concedido una indulgencia
especial a los combatientes.
De
treinta y ocho obispos que había en México, “la mayoría de los
prelados, indecisa, dejó en toda libertad a los fieles de defender sus derechos
como mejor les pareciera; una decena les negó el derecho de levantarse, y tres
los alentaron a tomar las armas”. (op. cit. pág. 19)
Los
Obispos contrarios al a acción armada eran más activos que los favorables. Por
ejemplo, Mons. Venegas, Obispo de Querétaro, hizo todo lo posible por impedir
los levantamientos en su diócesis. “El Obispo de Chihuahua, Antonio
Guizar y Valencia, fue más lejos al condenar abiertamente a los cristeros”
(op. cit. pág. 25).
En
cuanto a los sacerdotes, ha sido publicada la siguiente estadística: (op. cit.
pág. 49):
*Sacerdotes
activamente hostiles a los cristeros
100
*Sacerdotes
activamente favorables a los cristeros
40
*Sacerdotes
combatientes
5
*Sacerdotes
neutrales, pero que mantenían la cura de almas
65
*Sacerdotes
que abandonaban las parroquias rurales
(zona
de cristeros) y sacerdotes de ciudades
3500
*Sacerdotes
ejecutados por el gobierno
90
La
traición del Padre Martínez
Aún
entre los sacerdotes que apoyaron a los cristeros son de lamentar hechos como
los producidos por el Padre José María Martínez, Cura de Coalcoman. Luis
Navarro Origel, uno de los más grandes héroes cristeros, había organizado un
ejército católico que dominaba toda la región del oeste de México, en el
Estado de Michoacán. A raíz de cierto descontento que se produjo entre algunos
revoltosos que no gustaban de la disciplina que Navarro Origel procuraba
imponer, el Padre Martínez “autorizó la rebelión y aún algo más cuando
les dijo 'Si trata de castigarlos, defiéndanse'” (“México Cristero”
pág. 308). El General fue preso y estaba por ser fusilado cuando el propio
Padre, tal vez horrorizado de los extremos a que llegaba la rebelión por él
autorizada, se opuso. El héroe católico se alejó del ejército que él había
formado, acompañado sólo por trece hombres. Con esa exigua fuerza, siguió
combatiendo hasta que fue muerto en la Cuchilla de Guapala.
La
victoria al alcance de las manos, frustrada por los “arreglos”
En
Marzo de 1929, el Gral. Gorostieta, militar de carrera que había sido nombrado
Comandante de todas las fuerzas cristeras, había conseguido imponer su
autoridad organizándolas en Ejército disciplinado y conforme con las reglas
del arte militar. Contaba con 19.000 hombres, que luchaban por principios, y ya
experimentados en la guerra. Las tropas del gobierno masónico, por el
contrario, estaban en pésima situación. Las deserciones aumentaban, los vicios
carcomían a la tropa, los generales eran venales e incapaces, el gobierno se
encontraba imposibilitado de dominar la situación. La victoria estaba próxima.
El Gral. Gorostieta proyectaba atacar la ciudad de Guadalajara, la segunda en
importancia del país, y en donde tenían el apoyo de la casi totalidad de la
población civil. Este hubiese sido el golpe de gracia para la oligarquía
socialista y masónica que dominaba México.
Ante
el peligro, Portes Gil, Presidente de México, abrió negociaciones con los
obispos para llegar a una acuerdo. La noticia fue difundida interesadamente
produciendo un inmenso daño al ejército cristero que vio disminuir el
crecimiento de sus efectivos.
El
Gral. Gorostieta protestó públicamente contra esta situación en un documento
que se conoce como la "Declaración de Jalisco”, fechada el 16 de
Mayo de 1929. Entre otras cosas decía: “El decantado poder del tirano
que nosotros estamos tan capacitados para medir, hubiera caído hecho añicos al
primer golpe de maza, tal vez con que se hubiera logrado que por primera y única
vez en la historia de nuestros martirios nacionales, los príncipes de nuestra
Iglesia hubieran estado de acuerdo únicamente para declarar que: la defensa es
lícita y en caso obligatoria...” “Aún es tiempo de que, enseñándonos el
camino del deber y dando pruebas de virilidad, se pongan francamente en esta
lucha la lado de la dignidad y del decoro. ¿Acaso no los ata ya a nosotros la
sangre de más de doscientos sacerdotes asesinados por nuestros enemigos? ¿Hasta
cuándo se sentirán más cerca de los victimarios que de las víctimas?”
(“México Cristero” pág. 368)
El
Gral. Gorostieta pedía tan sólo que no se interfiriera en el camino de la
victoria y que, en todo caso, se diera participación al ejército católico en
las negociaciones.
Pocos
días después, el 2 de Junio de 1929, el Gral. Gorostieta moría en una
emboscada, probablemente traicionado por algunos de sus acompañantes. Cayó
gritando “¡Viva Cristo Rey!”.
El
20 de Junio de 1929 Mons. Leopoldo Ruiz y Flores, y Mons. Pascual Díaz,
delegados del Nuncio de Su Santidad, firmaron un “arreglo” con el Presidente
de México Portes Gil por el cual éste aceptaba la reanudación del culto
“dentro de las leyes vigentes” es decir, que se ratificaban todas las leyes
laicistas y persecutorias de la Iglesia. El “arreglo” no incluía ninguna
estipulación escrita sobre la suerte de los cristeros que estaban luchando
contra el gobierno. Como premio por esta negociación, Mons. Pascual Díaz fue
designado Arzobispo de México.
Hay
que destacar que los “arreglos” fueron prácticamente impuestos por el
Embajador Morrow, de los Estados Unidos. Seguramente seguía instrucciones del
gobierno protestante , masónico y liberal de su país, que culminaba así su
escandalosa intervención en la guerra cristera en apoyo del corrupto régimen
mejicano. Portes Gil y los Obispos negociadores le obedecían hasta el punto que
los “arreglos” se hicieron en base a minutas preparadas por Morrow.
Inmediatamente
los obispos ordenaron a sus sacerdotes que retornaran a las zonas cristera para
anunciar que la continuación de la guerra carecía ahora de sentido. Muchos de
esos sacerdotes eran transportados por aviones y automóviles del gobierno. Hubo
algunos padres que decían que “era pecado mortal seguir dándoles de
comer a los cristeros” (“México Crsitero”, pág. 389).
Las
venganzas masónicas contra los cristeros
Deshechas
las tropas católicas, el gobierno pudo perseguir con toda facilidad a los jefes
más comprometidos y a los que más temía. Diez días después de los
“arreglos”, el 1° de Julio de 1929, fue fusilado el valiente Padre Pedroza,
general cristero. Pocos días antes este ilustre sacerdote y guerrero había
enviado un delegado suyo para conversar con Mons. Pascual Díaz y Mons. Leopoldo
Ruiz para saber en que situación quedaban los cristeros a raíz
de los “arreglos”, pero no fue recibido (“México Cristero” pág.
393). La misma suerte corrieron los Generales y jefes cristeros Carlos Bouquet,
José María Gutiérrez, Salomé Luna y muchos otros, asesinados por el
gobierno. Los postes de telégrafo de las zonas cristeras fueron los patíbulos
elegidos por los federales para ahorcar a los líderes católicos, cuyos cadáveres
quedaron expuestos en largas retahílas para horror y escarmiento de los fieles.
Pero la derrota del Ejército católico no fue obra de las armas, sino de los
Obispos Ruiz, y Díaz, y de los demás prelados y sacerdotes que con ellos
cooperaron.
Así
terminó la más gloriosa gesta que registra la historia de América después de
la Conquista. Sobre ella pesó en la época un espeso manto de silencio. Ese
silencio continúa en nuestros días. La TFP no lo olvida ni lo silencia. Con
estas breves líneas queremos tan sólo comenzar a exaltar esa cruzada gloriosa,
para que el ejemplo no perezca, y como un homenaje al México católico para el cual Dios tiene reservado, no dudamos, un futuro de gloria.
Transcripto
de la Revista Tradición, Familia, Propiedad